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El poder atómico de Godzilla

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               Póster del film Godzilla (2014). Warner Bros/Legendary Pictures.

 

El hombre fabrica la bomba, la bomba crea monstruos y los monstruos castigan al hombre. La conclusión resulta demasiado tentadora por su simpleza cuando hablamos de Godzilla, pero no cierra ni mucho menos la fascinación cinematográfica que desprende esta enorme criatura, cuyo rostro parece un híbrido de dragón, oso y águila. Un ser monstruoso que tiene forma de dinosaurio pero que es capaz de sumergirse y nadar mucho más rápido que el más veloz de los barcos de guerra.

La nueva versión de Godzilla 2014 es visualmente espectacular, como no podría ser de otra manera. El film del británico Gareth Edwards (160 millones de presupuesto) reinó en la taquilla mundial el pasado fin de semana, y promete ser uno de los bombazos del año, tras el relativo fiasco de la versión de Roland Emmerich

Quizá, a pesar de lo peregrino del argumento, porque es un film que guarda cierto sentido, que lleva a  reflexión más allá de la acción y los efectos especiales.

 

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                  Una escena del film de Edwards. Warner Bros/Legendary Pictures.

 

Hay una diferencia sustancial entre estas dos películas: Edwards nos presenta a Godzilla como el resultado de un desastre casi natural, con un objetivo (restablecer el equilibrio en su lucha contra dos especies de polillas gigantes radiactivas), mientras que Emmerich nos habla de un monstruo, que ha surgido por culpa de los seres humanos y que destruye Nueva York sin que sepamos muy bien la razón.

En ambos casos, Godzilla es una criatura que nace gracias a la bomba atómica, o que despierta gracias a ella. Pero, más allá de tratarse de un monstruo, para los japoneses representa la materialización de los temores de culpabilidad y horror que dejaron las terroríficas secuelas de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki sobre sus supervivientes. 

La introducción cinematográfica de Godzilla para los espectadores occidentales a cargo del director Inoshiro Honda, en su obra maestra de 1954 retrata magistralmente estas secuelas, pese a que la película fue modificada para  atraer al público norteamericano en la versión que aquí analizamos, en 1956.

Un corresponsal americano, Steve Martin (interpretado por Raymond Burr, el popular actor de series como Perry Mason e Ironside) se despierta en un Tokio en ruinas. 

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                                    Cartel del clásico film de Inoshiro Honda.

 

La ciudad ha sido asolada por una catástrofe de un poder inimaginable; hay cientos de miles de muertos, y los heridos exhiben quemaduras radiactivas, y sobre todo un estigma de terror que nunca olvidarán, ya que todo ese horror puede repetirse. 

Ese miedo a la bomba atómica se percibe en cada fotograma, pese a que en la versión original japonesa el personaje de Burr no existía, nos dice Peter H. Brothers en un excelente artículo de la revista Cineaste

Las referencias a la bomba atómica no son tan explícitas, pero siguen ahí. El rugido de Godzilla se parece al de las alarmas antiaéreas que avisan de futuros bombardeos atómicos. 

Y en la introducción de este maravilloso filme, el peligro procede de las profundidades marinas donde habita Godzilla, y es percibido por un barco repleto de pescadores que logran ver antes del inevitable naufragio un resplandor que es similar al de una detonación nuclear.

La escena inicial está inspirada en un hecho acontecido el mismo año del estreno de la obra original. A las 6:45 de la mañana del 1 de marzo de 1954, los americanos detonaron un ingenio nuclear llamado “Bravo” en el atolón de Bikini.

La bomba fue 1.300 veces más potente que la de Hiroshima (es decir, con un poder explosivo equivalente a 17.000 toneladas de TNT). 

Había sido diseñada para producir una gran cantidad de lluvia radiactiva, que cayó sobre un grupo de 23 pescadores que faenaban a unos 160 kilómetros al este del atolón en la embarcación Daigo Fukuryu maru (en inglés, Lucky Dragon). 

La tripulación fue hospitalizada y uno de sus componentes falleció poco después, pero el incidente reavivó el temor de los japoneses.

 

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                   Raymond Burr, como el reportero Steve Martin, en el film de Honda (1956)

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El papel de Raymond Burr me recuerda al de John Hersey, el corresponsal americano enviado por la revista The New Yorker a Hiroshima para contar la historia de los supervivientes de la bomba. Fue en 1946, casi un año después de ese bombardeo. 

El público norteamericano no sabía nada sobre las consecuencias que la bomba atómica había traído a los japoneses de a pie de calle, y no había oído una sola palabra sobre las enfermedades causadas por la radiación (censurada por los médicos militares de Estados Unidos establecidos en aquel país).

El artículo de Hershey, Hiroshima, cubrió un número monográfico de la revista, que se agotó en horas. Sus descripciones son tan vívidas hoy como cuando llegaron a la sociedad americana, que se quedó en estado de shock. Posteriormente Hershey publicaría su trabajo en un libro que, de acuerdo con la Universidad de Nueva York, figura en primer lugar entre los 100 mejores trabajos periodísticos del siglo XX.

 

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               Imagen promocional de Godzilla (2014). Warner Bros/Legendary Pictures

 

Los americanos comprendieron que la bomba podría caer en manos de los soviéticos. La invulnerabilidad de la sociedad norteamericana era una simple ilusión. 

Llevada al terreno cinematográfico, el terror que inspiraba Godzilla se extendió a todo el mundo (aunque curiosamente, en las versiones posteriores a la obra de Inoshiro Honda, Godzilla termina convirtiéndose en un héroe para los más pequeños, el salvador de ciudades como Tokio y Osaka de la destrucción de otros monstruos radiactivos, nos dice Nancy Anisfield en un trabajo de la revista Journal of Popular Culture).

¿Y ahora? Lo más asombroso es que hemos perdido el miedo a un Apocalipsis  Nuclear, y lo hemos relegado a las películas; cuando en la realidad, las razones objetivas para no olvidar esa preocupación subsisten sobre todas las demás.

En una sociedad llena de miedos superfluos, el que en verdad importa es el miedo nuclear. Nos asustamos por el accidente de Fukushima y las fugas de radiación de sus reactores, pero le damos la espalda ante el hecho de que tanto EstadosUnidos como Rusia conservan miles de cabezas nucleares dispuestas para su uso.

Estados Unidos tiene listas 1.922 armas nucleares para su empleo inmediato, es decir, que pueden ser lanzadas apretando un botón, ya que están instaladas en misiles. Rusia, 2.484. El Reino Unido, 160. Francia, 290. India, entre 80 y 100.

El inventario total de armas nucleares en todo el mundo en 2014, contando las que no están colocadas en un misil para ser liberadas, es de 17.105, de acuerdo con los datos del Centro para el Control de Armas y la No Proliferación) Center for Arms Control and Non-Proliferation).

Más de diecisiete mil cabezas nucleares. ¿Es o no una legítima causa de preocupación?

 


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